Lo mismo de antes, no estaría mal si pudiesen escuchar esto mientras leen.
"The Will" (-pf solo version) por Taku Iwasaki.
"The Will"
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Su rostro no parecía muy relajado mientras dormía, sus párpados parecían tener vida propia, pero aún así al momento de acostarla en mi cama había caído dormida al instante y ahora que por tercera vez en dos horas la voy a ver, sigue en la misma posición y con su misma aura de inocencia robada. Es lamentable supongo, la vida enseña de formas demasiado duras algunas veces, supongo, algunas veces ni siquiera enseña, sólo golpea, pero en ese momento intentaba no pensar tanto en la niña, no era asunto mío, mi labor estaría completa cuando la entregara a sus padres o a la policía.
Regresé a sentarme junto a mi botella de whisky, luego de terminar un vaso iba a ver cómo seguía la niña, ahora estaba comenzando mi cuarto vaso. Una y otra vez repasaba como fotografías tomadas muy rápido los hechos de esa noche, el miedo que por algunos instantes sentí, esa sensación de incomodidad al estar en ese callejón, intranquilidad, los restos de esa presencia tan extraña que parecía haber pasado por ahí, esa que parecía que se burlaba de mi desde algún lugar mientras yo estaba parado inútilmente en el callejón, sólo yo y esas dos manchas ovaladas y algo alargadas.
Suponía que era el whisky el que me hacía recordarlo todo de una manera más tétrica. Pero desde que me senté observando el primer vaso sujeto en mi mano, los matices que producían las pocas luces que entraban en el color del whisky, su aparente pureza, desde que me senté con ese primer vaso no dejaba de pensar en esos gritos de ayuda a unas cuadras de donde estaba, esos gritos de “¡demonio!” “¡demonio! “¡déjame en paz!”, y luego ese silencio turbio lleno de esa sustancia tétrica y agravado por el viento incansable en su carrera hacia nadie sabe dónde. No, nada de eso lo había causado el whisky, así como tampoco había causado la palidez de esa niña.
Claramente del único lugar de donde podrían haber salido esos ruidos era ese callejón, con el eco que producía y era el único lugar cerrado por ahí cerca. Pero aún así al llegar no había nada, supuse que si mataron a alguien, como era muy probable, podrían habérselo llevado rápidamente, haber salido del lugar antes que llegara, pero de ninguna manera podrían haber borrado toda evidencia física de lo que ahí pasó, de la persona que gritaba por ayuda. Incluso esas dos manchas de sangre, -¡pero si parece que las hubiesen dejado a propósito!- Eran tan insignificantes para sacar cualquier conclusión y por otro lado tan imponentes por el desorden que causaban en ese callejón tan fríamente ordenado por el silencio y el viento arremolinándose entre sus paredes. Ni siquiera se escuchó algún automóvil que pudiese haber sacado al cadáver rápidamente, aunque sin borrar toda evidencia. “Nada de eso, la persona que lo haya hecho, creo, y tal vez es lo único que puedo concluir, actuaba sola, y actuó de una manera demasiado rápida y también sin piedad asumo, porque no hay rastros de piedad en ese maldito callejón.” Pensaba en voz alta, como una técnica heredada de mi tío Jorge para sacar mis conclusiones.
Me preguntaba si la niña habría visto lo que pasó, o tal vez sólo lo habría escuchado, escuchar lo mismo que yo y que siendo mucho mayor que ella me hizo estremecer, esos gritos de auténtico terror, tal vez eso bastaría para haberla puesto así, pero y si vio algo, eso sería aún peor. “Tal vez mañana, podría preguntarle…No, no debería hacer eso, debería simplemente ponerla a salvo.”
Ahora me disponía a dejar mi vaso sobre la mesa y ver cómo seguía la niña cuando recordé lo de hacía dos años ya, la misma incertidumbre y la sensación de ser tan ínfimo ante algo superior. Eso mismo me llevó a recordar mi historia y cómo llegué a ese punto de hace dos años y al cual me encontraba en el presente, mi tío Jorge, él había hecho de mí un hombre de principios. Ser detective a los 20 años, era una cosa muy difícil de creer para la mayoría, pero aún más difícil sería que creyeran que ya tenía 6 años de experiencia, por eso es que a nadie se lo contaba, claro, sería algo sin sentido el solo hecho de comentarlo, con eso perdería credibilidad, pero esa es otra historia. La historia que siempre recuerdo es la mía, de la cual forma parte en gran medida la persona que más he respetado y la que me trae a este momento.
Con doce años no es fácil sobrellevar la muerte de tu padre, menos aún si jamás has conocido a tu madre, claro, por suerte entendía que mi padre había sido feliz y yo lo había sido con él, por lo que no había quedado con una sensación de que me había olvidado de decirle muchas cosas, siendo un niño, sentía que había amado lo suficiente a mi padre. Cuando esto pasó, me fui a vivir con mi único familiar cercano y por suerte una gran persona, mi tío, el hermano de mi padre, el hermano menor para ser más precisos, mi tío Jorge, el detective. Siempre me había llamado la atención su profesión, y bueno, supongo que a cualquier niño le gustaría vivir en el mundo de misterios, de buenos y malos, que suponen que es el de los detectives.
Cuando cumplí los 13 años, mi tío escuchó por fin mis súplicas y me comenzó a contar sobre su profesión, sobre sus trabajos, sus “aventuras” como yo las llamaba, era genial, sentía una admiración enorme por mi tío. En ese momento él tenía 55 años, 30 años de experiencia en el trabajo, se había hecho un nombre en ese mundo, le llovían clientes, se podía dar el lujo de aceptar los que más le interesaban, los que por lo general eran aquellos en que las personas se veían más necesitadas.
A los 14 años, ya me comenzaba a llevar en algunos de sus trabajos, aquellos no demasiado peligrosos, me hablaba sobre cada detalle de lo que hacía, sus conclusiones a partir de ciertas evidencias, de cómo interrogar discreta e indiscretamente, sobre cuándo usar la fuerza y cuándo dar un paso atrás. Cuando no estaba estudiando para la escuela y no estaba con mi tío, me dedicaba a estudiar sus casos o a mirar películas de detectives, no tenía amigos prácticamente, no los necesitaba, “un detective no es un sentimental” decía mi tío, aunque generalmente me sugería que consiguiera algún amiguito para hacer cosas de niños. Un detective privado era lo que yo quería ser, ya lo había decidido hace tiempo, y a los 15 años yo ya podía salir en cualquier trabajo con él, incluso podía estar presente cuando interrogaba a los clientes sobre el caso en cuestión, como su “asesor”.
Desde los 17 años ya me consideraba su compañero, mi tío de 59 años me llamaba aprendiz pero igualmente me trataba como a un compañero, me enviaba a hacer algunas investigaciones por mi cuenta, mientras el hacía otras, nos dividíamos el trabajo.
Vivíamos en nuestra casa/oficina, en la parte de atrás estaban nuestras habitaciones y un pequeño comedor, la parte delantera era la oficina, muy bien ordenada para recibir a los clientes y para concentrarnos al momento de trabajar. Los estantes en la oficina eran muy grandes, llenos de archivos, porque a m tío no le gustaba guardar todo en el computador, tenía respaldos virtuales y respaldos físicos para todo.