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4 comentarios | lunes, octubre 30, 2006

Me sentía con ganas de desempolvar el photoshop y dejarme llevar un poco.
No quiero insultar su inteligencia, pero pinchen en las fotos para verlas en su tamaño real. n_n

Puedo perder muchas cosas, pero no quiero perder la esperanza, en la vida, en la gente, en lo que sea, no quiero perder las esperanzas, para mí el árbol de sakura, o el cerezo, es un símbolo de esa esperanza, algún día iré a ese lugar donde me dejaré caer observando las hojas de un cerezo y sintiendo el sonido de un río, no quiero ser una persona sin esperanzas, así que no voy a dejar de soñar.

Pero esa no es una foto mía, los arreglos son míos y me sentí bien con el resultado, pero la foto original es esta. Hermoso...


2 comentarios | martes, octubre 24, 2006

La voluntad de las olas estaba grabada en la arena a orillas de esa playa, el silencio estaba oculto tras la ilusión de cientos de aplausos simultáneos e interminables mezclados con el rigor del viento sobre quien viajaba un aire tan fresco como si fuera el único que existiese realmente.

Los pasos quedaban marcados brevemente en la mojada arena hasta que eran borrados casi groseramente por la marea una y otra vez a lo largo de la orilla.

El día era tan soleado que parecía un infierno tratando de entrar al paraíso de aquella playa.

Aquel hombre que caminaba por esa playa de pronto se detuvo y sonrió mientras miraba hacia el fondo del mar, su mirada tan profunda como el paisaje al que miraba, por momentos cambiaba a tristeza y algo de melancolía. Sus pasos lentos no lo agotaban pero se sentía con ganas de dejarse caer ahí mismo. Mientras estaba detenido estuvo apunto de hacerlo y cerrar los ojos para esperar que la marea subiera y todo terminara en ese paraíso y santuario de la calma y la verdad.

Su deseo de escapar de todo minaba ante su sentido del aferro a la vida, pero sólo cuando cerraba los ojos, porque cada vez que los abría, las lágrimas que de ellos brotaba se fundían con la sal marina y una sonrisa inquebrantable lo llenaba y lo encerraba de nuevo en un mundo en que el mar representaba el pasado llamando a gritos a su espíritu para poder descansar en paz.

Ese paraíso y ese infierno, fundidos en el horizonte y ante su sonriente mirada, más imponente que ese escenario sería sólo aquello que sus ojos nunca verían, aquello que está más allá del fin de los tiempos, aquello que borra todo a su paso, probablemente eso sería lo único más imponente que el lugar en que se encontraba, pero mientras esos pensamientos tan extraños llenaban su universo, se daba cuenta de que sólo podía ver la felicidad en el fondo de ese paraíso, lejos del infierno, donde lentamente caería como un tesoro que tal vez nunca sería encontrado, hasta el fondo de un abismo tal vez interminable, donde el tiempo transcurre más lento y donde su alma sanaría toda cicatriz que posiblemente pudiera llevar consigo. ¡Esas ganas eran tan fuertes como el odio mismo!, no, mucho más, ¡eran tan fuertes como el amor mismo! Silencio, aplausos, silencio, aplausos, escuchaba el tronar de cientos de decisiones que nunca había tomado, listas ahora para converger en una segunda oportunidad y la última que jamás tendría. Aquello no era una locura ni una divagación temporal generada por un estado anímico o un sentimiento encontrado, era el destino llamando a gritos y deseándole lo mejor, era una respuesta final a tantas dudas y anhelos. Era aquello que es más hermoso y más temible que cualquier cosa que hubiese visto o sentido, que era tan respetado y tan amado como lo era quien le habló sobre el mar, el mar, el mar, el mar, el océano, el océano, sea lo que fuese, era todo igual, era todo una gran e interminable respuesta, un principio y un final, sin dudas.

Pero no se sentía listo para abandonar ese miedo absurdo que sentía por dejar de lado la vida como la conocía, a pesar de perderlo todo, sentía miedo por ir en busca de recuperarlo todo. Se alejó lentamente, internándose de nuevo en el sereno infierno pero con los ojos cerrados. Cada paso era un adiós a todo lo que amaba, cada paso era una muestra de su propia debilidad, cada paso era una nueva respuesta sin resolver, cada paso era alejarse de su oportunidad de tomar todas las decisiones correctas de una sola vez.

Se detuvo bruscamente, dejando en la arena las huellas de la determinación muy marcadas y profundas. Volvió la vista hacia el paraíso y corrió con los ojos muy abiertos y las lágrimas perdiéndose al salir de ellos, con la más grande alegría que hubiese sentido desde que aquella persona le enseñara la belleza del mar, aquella persona que hace tanto tiempo ya había sido entregada a sus propias respuestas lejos de su lado.

Ya no podía ver ni sentir que el infierno estaba cerca, sentía en cambio una suavidad helada en todo su cuerpo y sentía también que se adormecía su miedo y que sus ojos ya no necesitaban estar abiertos para poder ver el paraíso, porque ahora era parte de él.

Mientras su cuerpo seguía descendiendo lentamente y sin la capacidad de moverse, inerte, estaba rodeado de las respuestas que siempre había querido, y estaba alcanzando esa oportunidad que necesitaba para enmendar todo de una sola vez.

Su cuerpo inerte cada vez estaba más profundo en el mar, y si alguien pudiese haber visto su rostro en ese momento, habría pensado que se trataba del hombre más feliz que jamás hubiese caminado en el mundo, y que ahora no estaba muerto, sino que sólo descansando de tanta felicidad. Pero era lo contrario, y era ahora el momento que siempre había esperado, el momento en que miles de aplausos sacudían su espíritu tan agotado y ahora viajaba en busca de todo lo que había perdido.

Su cuerpo llegó al fondo del mar, ahora era un tesoro de otra época, era un recuerdo del eterno amor y la eterna fantasía, su cuerpo era la prueba del destino de los hombres.