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3 comentarios | martes, abril 01, 2008

Una luz dorada lastimó mis ojos, había olvidado cerrar las cortinas… hacía tiempo que el sol no entraba por esa ventana en una mañana, pero como el sol nunca se rinde, a la primera oportunidad y sin pedir permiso, dejó caer su cálida fragancia sobre mi cama. Levanté la cabeza e intenté ver hacia fuera, pero iluminaba tanto que no me dejaba ver más allá de la ventana. De golpe dejé caer la cabeza sobre la almohada, algo resignado, tenía pensado dormir más, cuatro horas no eran mucho pero ya no lograría quedarme dormido de nuevo. Me puse de pie y caminé hacia la luz, mientras mis ojos se acostumbran comenzaba a ver siluetas del otro lado de la ventana, árboles, casas, y también al motivo por el cual no me gustaba levantarme tan temprano y cerraba siempre las cortinas antes de acostarme, sabía que estaría allí, de pie a esa hora, mirándome incluso si las cortinas hubiesen estado cerradas, a pesar de que podía ver con un solo ojo, no con su ojo blanco que mantenía cerrado casi siempre, casi… Cada vez que lo veía me hacía volver en el tiempo, verlo allí parado, observándome, me desgarraba.

En aquel entonces mi mente estaba siempre en cualquier parte, los negocios, las vacaciones, las amistades, de todo, me preocupaba de mis cosas y muy poco por los demás, así era feliz y eso era lo importante. Con mi mujer me había vuelto algo frío, si bien la quería, le estaba dando más importancia a los negocios, porque según yo, era necesario tener el futuro asegurado primero y luego podíamos disfrutar más, era mi visión lógica, no tenía fallas según yo, era la forma perfecta de abordar la vida.

Es curioso como a veces, todo lo que creemos correcto y todo lo que planeamos se derrumba de tal forma que no podemos hacer más que observar cómo genera una cadena de sucesos, una onda expansiva que nos empuja fuertemente hacia el suelo, sin dejar que nos levantemos, apenas dejándonos respirar y desesperarnos por aquello que estamos perdiendo, por lo que tal vez no podremos recuperar.

Aquella tarde mi mujer me llamó al celular, yo iba manejando mi auto nuevo y le contesté de buen humor, a los pocos segundos ese buen humor se transformó en rabia cuando me dijo que quería el divorcio, que estaba cansada de una persona tan fría como yo, que no había razones y que después de llorar toda la mañana tomó la decisión.

Después de que me colgara, mi cara estaba roja, un rojo furia en realidad, 26 nuevas canas me crecieron en un instante, mis manos sudaban sobre el volante, mi corbata parecía la soga más áspera que se pudiera encontrar, las calles estaban llenas de rostros burlones, ni siquiera era pena, sólo rabia, ira, frustración. Pero esa era la primera pieza del dominó, las cosas suceden de la forma más extraña que uno se pueda imaginar, y en este caso esa forma tenía la apariencia de una mujer y su gato, que aparecieron de pronto frente al parabrisas y que en un segundo ya no estaban ahí.

Frené de golpe pero ya era tarde, blanco, ya no estaba rojo, ahora no sentía mis manos ni mis piernas, sólo funcionaban mis ojos mostrándome una y otra vez esos cuadros que duraban 1 segundo, donde podía ver a una mujer sosteniendo un gato gris en medio de la calle e intentando reaccionar a lo que su cuerpo se negaba a comprender.

10 minutos después, los policías me tuvieron que bajar del auto, yo no podía hacerlo por mí mismo, sólo en el momento en que uno de ellos me tocó el brazo pude estallar en un grito de locura e intentar llamar a una ambulancia.

-Ya es tarde- me dijo el policía, la mujer está muerta.

-¿Y el gato?- pregunté yo.

-¿Qué gato?

Pasaron dos meses de trámites legales, de juicio, de caras de odio y familiares amenazando mi vida, de noches enteras en casa sin poder dormir por la noche mientras repetía 21.600 veces ese segundo en las 6 horas diarias en las que intentaba quedarme dormido sin éxito aparente, mientras el tic-tac del reloj marcaba exactamente el momento en que vivía todo una vez más.

Inocente, libre. Resultó que la mujer había cruzado en un lugar no indicado y había salido detrás de otro vehículo según los testigos, o sea yo no tenía la culpa, pero eso a mí no me importaba, porque aunque ella hubiese cruzado en la esquina, aunque yo hubiese tenido una cuadra completa para verla, no la habría visto, porque estaba cegado por el sentimiento de odio hacia alguien que, según yo, no había querido entender mi genialidad para pensar en el futuro.

Aún así, después de la resolución, llegué a mi casa vacía con una pequeña sonrisa en mi rostro, como reaccionando al dictamen de la sociedad que me declaraba inocente, si ellos me consideraban inocente, ¿por qué no considerarme inocente yo mismo?

Pero esa sonrisa duró poco, al disponerme a abrir la puerta, por esas casualidades de la vida miré a un costado y pude ver una pequeña sombra, que al enfocarla bien, se transformó en un pequeño gato gris. Lo miré con más atención y pude ver que mantenía un ojo cerrado, lo seguí mirando y lentamente lo comenzó a abrir, lo abrió a tal punto de que se veía más grande que su otro ojo, y no sólo eso, el ojo estaba totalmente blanco, no había una pupila o algo más allí, totalmente muerto… Y al poner esa palabra en mi mente, escuché un leve tic-tac en mi cabeza… tic-tac… y por un segundo pude ver nuevamente esa imagen de la muerte que pensaba que podría olvidar… y en esa imagen no cabía duda de que aquel gato que la mujer llevaba era el mismo que ahora me mostraba su pequeño ojo sin vida. Mi sonrisa se borró mientras lo seguía observando, luego subió rápidamente al techo de una casa vecina y desapareció bajo la luna menguante.

A la mañana siguiente, el sol me despertó con su cálida fragancia matinal, me acerqué a la luz como de costumbre y escuché un pequeño “Nyaa…” del otro lado de la ventana. El gato estaba allí afuera, sentado sobre sus patas traseras y mirándome con un solo ojo, mientras el otro permanecía cerrado. Nos quedamos mirándonos unos cinco minutos, en su cara creía ver odio, no podía ser otra cosa, cerré las cortinas y salí de mi habitación.

La misma escena se repetía todos los días.

-¡Largo, no tengo nada que decirte, vete!

-“Nyaa…”- Me respondía…

-¡Vete!

Pero el gato seguía allí. Una nueva mañana llegaba y el nunca me hacía caso, se quedaba viéndome mientras se me crispaban los pelos y la piel se me hacía de gallina.

Le comencé a arrojar piedras pero no se movía, incluso me llevé una sorpresa cuando una piedra le dio en el lomo y el gato luego de retorcerse un poco por el dolor, retomó su posición y me siguió observando. Me sentí aún peor y no le volví a arrojar piedras. Finalmente opté por dejar cerradas las cortinas y levantarme un poco mas tarde, de esa forma cuando salía al trabajo no lo veía, aunque podía sentir que todos los días seguía en el mismo lugar, observándome a través de las cortinas.

Esa mañana olvidé cerrar las cortinas, y lo pude ver del otro lado de la ventana, tal vez quería decirme algo y no podía, tal vez estaba haciendo algo mal al evitarlo, tal vez me observaría para siempre mientras su dolor por aquella mujer muerta no cesara. Abrí la ventana y me senté en la cama, durante diez minutos esperé a ver qué pasaba, hasta que el gato apareció de un brinco y entró en mi habitación. Me sentí un poco extraño, como si un espíritu vengativo entrara en mis dominios, pero luché contra eso y caminé hacia la cocina. El gato me siguió, despacio, silencioso.

Abrí una caja de leche y la serví en un plato, me senté en una silla de la pequeña aunque cara mesa de la cocina y esperé a que el gato se la terminara.

Apenas terminó con eso, el gato se fue nuevamente por donde vino.

Durante varios días repetí el mismo proceso, ya me estaba acostumbrando a su corta compañía, y a pesar de que siempre me recordaba ese segundo mortal, ahora lo lograba tolerar un poco más.

Uno de esos días, el gato terminó su plato de leche y me habló.

-Nyaa…

-¿Qué dices?

-Nyaa…

No entendía lo que quería decirme, pero me lo hizo entender él. Se acercó y subió a mis piernas, puse la palma de mi mano suavemente sobre su cuerpo enrollado y cerró su ojo sano.

Tic-tac… un segundo que se repitió varias veces, y una lágrima que cayó sobre la cabeza del gato.

-Nyaa…
-Disculpa.

El gato se quedó dormido y yo me quedé pensando mientras su calor me adormecía las piernas.

Finalmente lo adopté como mi mascota, y tal vez como mi compañero. Creo que los dos seguíamos recordando esa escena mientras dormíamos juntos en mi habitación o en la silla de la cocina. Pero al estar juntos, estaba yo por mi parte, pagando mi deuda, y él, haciendo que la deuda se pagara y encontrando alguien más que cuidara de él.

Aparte de todo, pienso que aún nos falta algo, ambos necesitamos una mujer que nos haga felices, que nos proteja, creo que nos buscaré a alguien, cuando encuentre a alguien le preguntaré al gato, y si responde “Nyaa…” entonces tendré su aprobación. Puede ser que después de todo estuviera haciendo las cosas mal, tal vez si encuentro a alguien cambie un poco, o tal vez no pueda, aún debo averiguarlo, pero a esa mujer a quien arrebaté la vida no la olvidaré nunca, y a su gato, mi gato, al que ahora protejo y realmente quiero, lo cuidaré no sólo para pagar mi deuda, sino porque compartimos algo especial. Por cierto, hoy le puse un nombre, se llama “Nya”.